Los padres están asustados. Parte del temor tiene que ver con el exceso de información "científica" que les dice todo lo malo que puede pasar en el camino de la crianza. Pero también, es cierto, el mundo está plagado de peligros.
Uno de esos peligros tiene que ver con las experiencias que los chicos pueden tener fuera de nuestro control y supervisión. La presencia protectora de los adultos ha sido una de las fuentes más importantes de seguridad y tranquilidad. Nuestra especie se caracteriza, justamente, por la larga dependencia que las crías sufren/gozan con respecto de sus criadores. El hecho de madurar en cámara lenta es exclusivo de la humanidad.
Hay algo que ha cambiado en las sociedades post industriales y totalmente urbanizadas: hasta hace no demasiado, padres y maestros éramos los filtros de casi todo lo que llegaba a la mente de nuestros menores. Casas y escuelas acunaban a los niños, los protegían, los encerraban, y sus pórticos seleccionaban aquellas partes de la vida y el mundo que ingresaban y las que se quedaban fuera.
La vida, sin embargo, es terca y siempre se cuela, no importa cuántas precauciones tomemos. Antes era más fácil ponerle piedras en el camino, en nombre de la inocencia o los valores.
Ahora, el mundo externo invade y las personas estamos permanentemente fuera de nuestras tradicionales covachas. Los niños también. La radio y la TV las podíamos controlar. Pero ahora la interacción entre aprendices de la vida y fuentes de información y formación, están fuera de nuestras manos y miradas.
Facebook, Youtube, Second Life, Google son nombres de territorios liberados del poder adulto. Para bien y para mal. Junto a lo sublime, interesante, aleccionador, se encuentra todo lo demás, que va desde aquello que desconocemos, no nos gusta, hasta lo que prácticamente todos convendríamos, es repulsivo, peligroso, tóxico e inmoral. ¿Qué hacer?
Debemos definir muy bien nuestros temores. ¿De qué tenemos miedo?, ¿cuál es el escenario que nos agita? No de manera genérica, sino concreta. Debemos preguntarnos qué instrumentos le hemos dado a nuestros niños frente a lo nuevo, frente a su propio poder. ¿Los hemos dejado ejercerlo y, con nuestra supervisión, aceptado que sufran las consecuencias de su ejercicio?
Caminar, correr, salir, también suponen peligros. ¿Cómo hemos manejado esos peligros? ¿nos hemos limitado a enumerarlos, a hacerles propaganda histérica y predicho tragedias, o los hemos definido con objetividad, enseñando maneras de enfrentarlos?
Tenemos menos poder. Hay territorios nuevos en los que se juega nuestra presencia
Tomado del autor: ROBERTO LERNER (psicólogo)
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